El jugar de forma compulsiva al igual que las adicciones genera repercusiones cerebrales. Una de éstas es el aumento en los receptores de dopamina (sustancia cerebral relacionada con el placer) que altera las funciones de la parte frontal cerebral, encargada del juicio y control de impulsos. Esto explica las conductas imprudentes, irresponsables, impulsivas e irrazonables del jugador.

Por otro lado disminuye los niveles de serotonina relacionada con la depresión, ante este estado el jugador alivia el dolor temporalmente mediante el juego y busca la apuesta como forma de sentir placer.